martes, 4 de octubre de 2011

Solucion aca

Bacteria:
 Microorganismo unicelular procarionte, cuyas diversas especies causan las fermentaciones, enfermedades o putrefacción en los seres vivos o en las materias orgánica.

Virus:
Organismo de estructura muy sencilla, compuesto de proteínas y ácidos nucleicos, y capaz de reproducirse solo en el seno de células vivas específicas, utilizando su metabolismo.
Hongo:
 Planta talofita, sin clorofila, de tamaño muy variado y reproducción preferentemente asexual, por esporas. Es parásita o vive sobre materias orgánicas en descomposición. Su talo, ordinariamente filamentoso y ramificado y conocido con el nombre de micelio, absorbe los principios orgánicos nutritivos que existen en el medio; p. ej., el cornezuelo, la roya, el agárico, etc.

Germen:
 Esbozo que da principio al desarrollo de un ser vivo.

Bacilo:
Bacteria en forma de bastoncillo o filamento más o menos largo, recto o encorvado según las especies.

Ameba:
 Protozoo rizópodo cuyo cuerpo carece de cutícula y emite seudópodos incapaces de anastomosarse entre sí. Se conocen numerosas especies, de las que unas son parásitas de animales, otras viven en las aguas dulces o marinas y algunas en la tierra húmeda.

¿Qué tienen en común estas palabras?

Las bacteria, virus y germenes transmiten enfermedades.

Los hongos, amebas y bacilos no permiten sanar o curar una herida .


Fuente

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El cachorro y el tigre

Un cachorro, perdido en la selva, vió un tigre corriendo en su dirección. Comenzó entonces a pensar rápido, para ver si se le ocurría alguna idea que le salvase del tigre. Entonces vió unos huesos en el suelo y comenzó a morderlos.
Cuando el tigre estaba casi para atacarle, el cachorro dijo en alto:
- ¡Ah, este tigre que acabo de comer estaba delicioso!
El tigre, entonces, paró bruscamente y, muerto de miedo, dió media vuelta y huyó despavorido mientras pensaba para sí:
- ¡Menudo cachorro feroz! ¡Por poco me come a mi también!
Un mono que había visto todo, fue detrás del tigre y le contó cómo había sido engañado por el cachorro. El tigre se puso furioso y dijo:
- ¡Maldito cachorro! ¡Ahora me la vas a pagar!
El cachorro, entonces, vió que el tigre se aproximaba rápidamente a por él, con el mono sentado encima, y pensó:
- ¡Ah, mono traidor! ¿Y qué hago ahora?
Comenzó a pensar y de repente se le ocurrió una idea: se puso de espaldas al tigre y cuando éste llegó y estaba preparado para darle el primer zarpazo, el cachorro dijo en voz alta:
- ¡Será perezoso el mono! ¡Hace una hora que le mandé para que me trajese otro tigre y todavía no ha vuelto!
Preguntas:
1º¿Quiénes son los personajes principales ?
       -El cachorro y el trigre.     
2º ¿En dónde se desarrolla el relato ?
       - En la selva.
3º ¿Extraiga las palabras desconocidas y anote sus sIgnificado?
       -despavorido :Lleno de pavor.
       - apaborado :Dicho de una persona: Muy asustada.
     -zarpazo:Golpe dado con la zarpa.

4º ¿Qué pretende explicar el autor de relato?
      - Que nohay que confiar en los demas.

El camaron encantado

El Camarón Encantado
Cuento de magia del Francés Laboulaye adaptado por José Martí 
         Allá por un pueblo del mar Báltico, del lado de Rusia, vivía el pobre Loppi,  sin mas compañía que su hacha y su mujer. La mujer se llamaba Masicas, que quiere decir "fresa agria". Y era agria de veras Masicas.  Se estaba callada de la mañana a la noche,  corta que te corta, buscando el pan: y en cuanto entraba Loppi, no paraba de regañarlo, de la noche a la mañana.
Un día estuvo Masicas mas busca pleitos que de costumbre, y el buen leñador salió de la casa suspirando, con el morral vacío al hombro: el morral de cuero, donde echaba el pico de pan, o la col, o las papas que le daban de limosna. Era muy de mañanita, y al pasar cerca de un charco vio en la yerba húmeda uno que le pareció animal raro y negruzco, de muchas bocas, como muerto o dormido, era un enorme camarón. "!Al saco el camarón!: con esta cena le vuelve el juicio a esa hambrona de Masicas; ¿Quien sabe lo que dice cuando tiene hambre? Y echó el camarón en el saco".
      Pero ¿que tiene Loppi, que da un salto atrás, que le tiembla la barba, que se pone pálido? del fondo del saco salió una voz tristísima: el camarón le estaba hablando:
     -Párate, amigo, párate y déjame ir.  ¿ Que vas a hacer con este carapacho tan duro? Se bueno conmigo, como tu quieres que sean buenos contigo.
     - Camaroncito, que yo te dejaría ir;  pero mi mujer está esperando su cena, y si le digo que encontré el camarón mas grande del mundo, y que lo dejé escapar, esta noche sé yo a lo que suena un palo de escoba cuando se lo rompe a uno su mujer en las costillas.
     - ¿Y porque se lo has de decir a tu mujer?
     - !Ay, camaroncito!: eso me dices tu porque no sabes quien es Masicas.  Masicas me vuelve del revés, y me saca todo lo que tengo en el corazón:
     - Pues, mira leñador, que yo no soy camarón como parezco, sino una maga de mucho poder, y si me oyes, tu mujer se contentará,      - Tú contenta a Masicas, y yo te dejaré ir, que por gusto a nadie se le hago daño.
     - Dime qué pescado le gusta más a tu mujer.
     - Pues el que haya, camarón, que los pobres no escogen: lo que has de hacer es que no vuelva yo con el morral vacío.
     -Pues ponme en la yerba, mete en el charco tu morral, y dí: "!Peces. al morral!"
     - Ya vez, leñador - le dijo el camarón-, que no soy desagradecido. Ven acá todas las mañanas, y en cuanto digas: "!Al morral, peces!" tendrás el morral lleno, de los peces
                                      "Camaroncito duro
                                     Sácame del apuro":

y yo saldré, y veré que puedo hacer por ti. Pero mira, ten juicio, y no le digas a tu mujer lo que ha sucedido hoy.
     - Probaré señora maga, probaré -dijo el  leñador; y puso en la yerba con mucho cuidado el camarón milagroso, que se metió de un salto en el agua.
Iba como la pluma Loppi, de vuelta a su casa. El morral no le pesaba, pero lo puso en el suelo antes de llegar a la puerta, porque ya no podía mas de la curiosidad. Y empezaron los peces a saltar, primero un licio como de una vara, luego una carpa, radiante como el oro, luego dos truchas y un mundo de meros. Masicas abrazó a Loppi, y lo volvió a abrazar, y le dijo "!leñadocito mio!"
     - Ya ves, ya ves, Loppi,  lo que nos sucede por haber oído a tu mujer y salir temprano a buscar fortuna. Anda a la huerta, anda, y tráeme unos ajos y cebollas, y tráeme unas setas: anda, anda al  monte, leñadorcito, que te voy a hacer una sopa que no la come el rey. Y la carpa la asaremos: ni un regidor va a comer mejor que nosotros.
     Y muy buena fue por cierto la comida, porque Masicas no hacía sino lo que quería Loppi, y Loppi estaba pensando en cuando la conoció, que era como una rosa fina, y no le hablaba del miedo. Pero al otro día no le hizo Masicas tantas fiestas al morral de pescado. Y al otro, se puso a hablar sola. Y el sábado le sacó la lengua en cuanto lo vio venir. Y el domingo, se le fue encima a Loppi, que volvía con su morral a cuestas.
     - !Mal marido, mal hombre, mal compañero! !que me vas a matar a pescado! !que de verte el morral me da el alma vueltas!
     -Y ¿que quieres que te traiga pues? - dijo el pobre Loppi.
    - Pues lo que comen todas las mujeres de los leñadores honrados: una sopa buena y un trozo de tocino.
     "Con tal  -pensó Loppi- que la maga me quiera hacer ese favor."
     Y al otro día a la mañanita fue al charco, y se puso a dar voces:

                                                  
                                           "Camaroncito duro
                                                     Sácame del apuro" 
y el agua se movió, y salió una boca negra, y luego otra boca, y luego la cabeza, con dos ojos grandes que resplandecían.
     - ¿Qué quiere el leñador?
     - Para mi nada, nada para mi, camaroncito: ¿Qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se cansó del pescado, y quiere ahora sopa y un trozo de tocino.
     -Pues tendrá lo que quiere tu mujer -respondió el camarón- Al sentarse esta noche a la mesa, dale tres golpes con el dedo meñique, y dí a cada golpe: "!Sopa aparece, aparece tocino!" Y verás que aparecen. Pero ten cuidado, leñador, que si tu mujer empieza a pedir, no va a acabar nunca.
     - Probaré , señora maga, probaré -dijo Loppi suspirando.
     Como una ardilla, como una paloma, como un cordero estuvo el otro día en la mesa Masicas, que comió sopa dos veces, y tocino tres, y luego abrazó a Loppi, y lo llamó, "Loppi de mi corazón".
     Pero a la semana justa, en cuanto vio en la mesa, se puso colorada de la ira, y le dijo a Loppi con los puños alzados:
     - ¿Hasta cuanto me has de atormentar, mal marido, mal compañero, mal hombre? ¿Que una mujer ha de vivir con caldo y manteca?
     -Pero, ¿qué quieres, amor mío, qué quieres?
    -Pues quiero una buena comida, mal marido: un ganso asado, y unos pasteles para postres.
     En toda la noche no cerró Loppi los ojos, pensando en el amanecer, y en los puños alzados de Masicas, que le parecieron un ganso cada uno. Y a paso de moribundo se fue arrimando al charco a los claros del día. Y las voces que daba parecían hilos, por lo triste, por lo delgadas:

                                                  "Camaroncito duro
                                                   Sácame del apuro"

     -¿Qué quiere el leñador?
     -Para mi, nada:  ¿Qué he de querer yo? Pero ya mi mujer se está cansando del tocino y la sopa. Yo no, yo no me canso, señora maga. Pero mi mujer se ha cansado, y quiere algo ligero, así como un gansito asado, así como unos pastelitos.
     -Pues vuélvete a tu casa, leñador, y no tienes que venir cuando tu mujer quiera cambiar la comida, sino pedírselo a la mesa, que yo le mandaré a la mesa que se lo sirva.
     En un salto llegó Loppi a su casa, y tirando por el aire el sombrero. Llena estaba ya la mesa de platos, cuando él llegó, con cucharas de hierro, y tenedores de tres puntas, y una jarra de estaño:  y el ganso con papas, y un pudín de ciruelas. Hasta un frasco de anisete había en la mesa, con su forro de paja.
     Pero Masicas estaba pensativa. Y a Loppi  ¿Quién le daba todo aquello?  Ella quería saber: "!Dímelo Loppi!"  Y Loppi se lo dijo, cuando ya no quedaba del anisete mas que el forro de paja, y estaba Masicas mas dulce que el anís. Pero ella prometió no decírselo a nadie: no había una vecina en doce leguas a la redonda.
A los pocos días, una tarde que Masicas había estado muy melosa, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el discurso:
     -Pero,  Loppi mio, ya tu no piensas en tu mujercita: comer, es verdad, como mejor que la reina; pero tu mujercita anda en trapos, Loppi, como la mujer de un pordiosero. Anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita.
     A Loppi le pareció que Masicas tenía mucha razón, y que no estaba bien sentarse a aquella mesa de lujo con el vestido tan pobre. Pero la voz se le resistía cuando a la mañanita llamó al camarón encantado:

                                                   "Camaroncito duro
                                                   Sácame del apuro"

     El camarón entero sacó el cuerpo del agua.
    -¿Qué quiere el leñador?
    - Para mi, nada; ¿Qué puedo yo querer? Pero mi mujer está triste, señora maga, porque se ve tan mal vestida, y quiere que su señoría me de poder para tenerla con traje de señora.
    El camarón se echó a reír, y estuvo riendo un rato, y luego dijo a Loppi "Vuélvete a casa, leñador, que tu mujer tendrá lo que desea."
    -!Oh, señor camarón! , !oh señora maga!, !déjeme que le bese la patata izquierda, la que está del lado del corazón! ! déjeme que se la bese!.
     Y se fue cantando un canto que le había oído a un pájaro dorado que le daba vueltas a una rosa: y cuando entró a su casa y vio una bella señora, y la saludó hasta los pies; y la señora se echó a reír, porque era Masicas, su linda Masicas, que estaba como un sol de hermosura. Y se tomaron los dos de la mano, y bailaron en redondo, y se pusieron a dar brincos.
     A los pocos días Masicas estaba pálida, como quien no duerme, y con los ojos colorados, como de mucho llorar. "Y dime Loppi", le decía una tarde, con un pañuelo de encaje en la mano: "¿de qué me sirve tener tan buen vestido sin un espejo en que mirarme, ni una vecina que me pueda ver, ni mas casa que este casuco? Loppi, dile a la maga que esto no puede ser." Y lloraba Masicas, y se secaba los ojos con su pañuelo de encaje: "Dile, Loppi, a la maga
que me de un castillo hermoso, y no le pediré nada mas".
    -!Masicas, tu estás loca! Tira de la cuerda y se reventará. Conténtate, mujer, con lo que tienes, que si no, la maga te castigará por ambiciosa.
    -!Loppi, nunca serás más que un zascandil! !El que habla con miedo se queda sin lo que desea!. Háblale a la maga como un hombre. Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda.
     Y el pobre Loppi volvió al charco, como con piernas postizas. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿ Y si Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo? Llamó muy quedito:

                                                   "Camaroncito duro
                                                   Sácame del apuro"

    -¿Qué quiere el leñador? - dijo el camarón, saliendo del agua poco a poco.
    -Nada para mi: ¿Qué más podría yo querer? Pero mi mujer no está contenta y me tienen en tortura, señora maga, con tantos deseos.
    - ¿Y qué quiere la señora, que ya no va a parar de querer?
    - Pues una casa, señora maga, un castillito, un castillo. Quiere ser princesa del castillo, y no volverá a pedir nada más.
    -Leñador -dijo el camarón, con una voz que Loppi no le conocía-: Tu mujer tendrá lo que desea -y desapareció en el agua de repente.
    A Loppi le costó mucho trabajo llegar a su casa, porque estaba cambiado todo el país, y en vez de matorrales había ganados y siembras hermosas, y en medio de todo una casa muy rica con un jardín lleno de flores. Una princesa bajó a saludarlo a la puerta del jardín, con un vestido de plata. Y la princesa le dio la mano. Era Masicas: "Ahora si, Loppi, que soy dichosa. Eres muy bueno, Loppi. La maga es muy buena." Y Loppi se echó a llorar de alegría.
     Vivía Masicas con todo el lujo de su señorío. El gobernador no daba orden sin saber si le parecía bien: no había en todo el país quien tuviera un castillo mas opulento, ni coches con mas oro, ni caballos mas finos. Sus vacas eran Inglesas, sus perros de San Bernardo, sus gallinas de Guinea, sus faisanes de Terán, sus cabras eran suizas. ¿Qué le faltaba a Masicas, que estaba siempre tan llena de pesar? Se lo dijo a Loppi, apoyando en su hombro la cabeza. Masicas quería algo más.  Quería ser reina Masicas: "¿No ves que para reina he nacido yo?  ¿No ves, Loppi mio, que tu mismo me das siempre la razón, aunque eres mas terco que una mula? Ya no puedo esperar,  Loppi. Dile a la maga que quiero ser reina."
      Loppi no quería ser rey.  Almorzaba bien, comía mejor; ¿a qué los trabajos de mandar a los hombres? Pero cuando Masicas decía querer, no había más remedio que ir al charco: Y al charco fue al salir el sol. Limpiándose los sudores, y con la sangre a medio helar. Llegó. Llamó. 

                                                          "Camaroncito duro
                                                           Sácame del apuro"

     Vio salir del agua las dos bocas negras. Oyó que le decían "¿Que quiere el leñador?" pero no tenía fuerzas para dar su recado. Al fin tartamudeando:
    -Para mi, nada: ¿Qué pudiera yo pedir? Pero se ha cansado mi mujer de ser princesa.
    - ¿ Y qué quiere ahora ser la mujer del leñador?
    -!Ay, señora maga!: Reina quiere ser.
    -¿ Reina no mas?  Me salvaste la vida, y tu mujer tendrá lo que desea. !Salud, marido de la reina!
    Y cuando Loppi volvió a su casa, el castillo era un palacio,  los lacayos, los pajes, los chambelanes, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás  de la reina Masicas, cargándole la cola.
    Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa tallada su anisete mas fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener. Y dos meses estuvo almorzando pechugas de faisán con vinos olorosos, y paseando por el jardín con su capa de armiño y su sombrero de plumas, hasta que un día vino un chambelán de casaca carmesí con botones de topacio, a decirle la reina lo quería ver, sentada en su trono de oro.
    - Estoy cansada de ser reina, Loppi. Estoy cansada de que todos estos hombres me mientan y me adulen, Quiero gobernar a hombres libres. Ve a ver a la maga por última vez. Ve: dile lo que quiero.
    -Pero, ¿Qué quieres entonces, infeliz?  ¿Quieres reinar en el cielo donde están los soles y las estrellas, y ser dueña del mundo?
    - Que vayas, te digo, y le digas a la maga que quiero reinar en el cielo, y ser dueña del mundo.
    - Que no voy, te digo, a pedirle a la maga semejante locura.
    - Soy tu reina, Loppi,  te vas a ver a la maga, o hago que te corten la cabeza.
    - Voy, mi reina, voy - y se echó al brazo el manto de armiño, y salió corriendo por aquellos jardines, con su sombrero de plumas. Iba como si le corriesen detrás, alzando los brazos, arrodillándose en el suelo, golpeándose la casaca bordada de colores: "! Tal vez, pensaba Loppi, tal vez el camarón tenga piedad de mi!" Y lo llamó desde la orilla, con voz como un gemido:

                                                          "Camaroncito duro
                                                           Sácame del apuro"
   
         -¿Que quiere el Leñador? - respondió otra voz terrible.
   -Para mi, nada: ¿Qué he de querer para mi? Pero la reina, mi mujer, quiere que le diga a la señora maga su último deseo: el último, señora maga.
    - ¿Qué quiere ahora la mujer del leñador?
    Loppi, espantado, cayó de rodillas.
   -!Perdón, señora, perdón! !Quiere reinar en el cielo, y ser dueña del mundo!
   El camarón dio una vuelta en redondo, que le sacó al agua espuma, y se fue sobre Loppi, con las bocas abiertas:
    - !A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ! los maridos cobardes hacen a las mujeres locas! !abajo el palacio, abajo el castillo, abajo la corona! !A tu casuca con tu mujer, marido cobarde! !A tu casuca con el morral vacío!
   Loppi se tendió en la yerba, como herido por un rayo. Cuando se levantó, no tenía en la cabeza el sombrero de plumas, ni llevaba al brazo el manto de armiño, ni vestía casaca bordada de colores. El camino era oscuro, y matorral como antes. Membrillos empolvados y pinos enfermos eran la única arboleda. El suelo era, como antes, de pozos y pantanos. Cargaba a la espalda su morral vacío. Iba, sin saber que iba, mirando a la tierra.
     Y de pronto sintió que le apretaban el cuello dos manos feroces.
     -¿Estás aquí, monstruo?  ¿Estás aquí, mal marido? ! Me has arruinado, mal compañero!  !Muere a mis manos, mal hombre!
    -! Masicas, que me lastimas! ! Oye a tu Loppi, Masicas!  Pero las venas de la garganta de la mujer se hincharon, y se reventaron, y cayó muerta, muerta de furia. Loppi se sentó a sus pies, le compuso los harapos sobre el cuerpo, y le puso de almohada el morral vacío. Por la mañana, cuando salió el sol, Loppi estaba tendido junto a Masicas, muerto

fuente:

http://www.google.com.pe/imgres?imgurl=http://www.sabelotodo.org/literatura/imagenes/camaron.jpg&imgrefurl=http://www.sabelotodo.org/literatura/infantil/camaronencantado.html&usg=__VY0irHa0kodf7jaZzDyVup4_3gc=&h=138&w=135&sz=7&hl=es&start=1&zoom=1&tbnid=FIaITpXbngGWEM:&tbnh=93&tbnw=91&ei=tP2ATt_0Isa3tgf-8JXbCQ&prev=/search%3Fq%3Del%2Bcamaron%2Bencantado%26um%3D1%26hl%3Des%26sa%3DN%26tbm%3Disch&um=1&itbs=1

miércoles, 18 de mayo de 2011

El PERRO EDUCADO


 

Un carnicero estaba a punto de cerrar su negocio cuando vio entrar a un perro. Trató de espantarlo, pero el perro volvió. Nuevamente intentó espantarlo, pero entonces se dio cuenta
que el animal traía un sobre en el hocico. Curioso el carnicero abrió el sobre y en su interior encontró un billete de 200 soles y una nota que decía:
    Por favor, podría mandarme con el perro un kilo de carne molida de res y medio kilo de pierna de cerdo.
    Asombrado, el carnicero tomó el dinero, colocó la carne molida y la pierna de cerdo en una bolsa y puso la bolsa junto al perro, pero olvidó darle el cambio al perro.
    El perro empezó a gruñir y a mostrarle los colmillos. Al darse cuenta de su error, el carnicero puso el cambio del billete en la bolsa; el perro se calmó, cogió la bolsa en el hocico y salió del establecimiento.
    El carnicero, impresionado, decidió seguir al can y cerró inmediatamente su negocio. El animal bajó por la calle hasta el primer semáforo, donde se sentó en la acera y aguardó para poder cruzar.
    Luego atravesó la calle y camino hasta un paradero de buses, con el carnicero siguiéndole de cerca.
    En el paradero, cuando vio que era el bús correcto, subió seguido por el carnicero. El carnicero, boquiabierto, observó que el can erguido sobre las patas traseras, tocó el timbre para descender,
siempre con la bolsa en el hocico.
    Perro y carnicero caminaron por la calle hasta que el animal se detuvo en una casa, donde puso lo que había comprado junto a la puerta y, retirándose un poco, se lanzó contra esta, golpeándola fuerte.
    Repitió la acción varias veces, pero nadie respondió en la casa. En el colmo del asombro, el carnicero vio al perro tomar la bolsa con el hocico, rodear la casa, saltar una cerca y dirigirse a una ventana.
    Una vez allí, tocó con las patas en el vidrio varias veces sin soltar la bolsa; luego regresó a la puerta.
    En ese momento, un hombre abrió la puerta... y comenzó a golpear al perro. El carnicero corrió hasta el hombre para impedirlo, diciéndole:
    -Por Dios, amigo ¿qué es lo que está haciendo? ¡Su perro es un genio!.... ¡Es único!
    El hombre, evidentemente molesto, respondió:
    -Que genio ni qué coño!
    ¡Esta es la segunda vez en esta semana que al muy estupido se le olvidan las llaves... y yo en el baño.

Moraleja: por más que te esfuerces y cumplas más allá de tu deber en el trabajo, a los ojos de un jefe siempre estarás por debajo de lo que el quiere. (anónimo)

lunes, 9 de mayo de 2011

Elementos del mapa conceptual

El mapa conceptual es un organizador visual que permite consolidar nuestro aprendizaje, atravez de la reconstrucción logica del texto.

Elementos del mapa conceptual:

a) Concepto. El concepto es un sustantivo, es la imagen mental "de algo". Los conceptos siempre se escriben con letras mayusculas . Dos conceptos no pueden repetirse jamás


b) Flecha de enlace. Es una linea recta que señala una dirección necesariamente. Sirve para unir dos conceptos. La flecha siempre debe tener una cabeza como minimo,jamás debera cortarse la flecha. La flecha puede indicar hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba, hacia abajo, hacia ambos lados.

c) Rectangulo o elipce. Es un grafico, en su interior se coloca el concepto.

d) Palabras de enlace. Se escribe con letras minusculas, fuera del rectangulo o elipse. Debe estar alado de la flecha de enlase. Las palabras de enlace sirve para unir dos conceptos.

e) Proposición. Es la unión de dos conceptos atravez de la flecha de enlace y las palabras de enlace.

Ejemplos.  La gallina come ceviche.

La abuelita mordio al Boxser

El niño golpeo al campeón mundial de karate

miércoles, 4 de mayo de 2011

El "Sargento" - parte 2

El Sargento era un perro de un valor asombroso: no había peligro capaz de arredrarlo, y bastaba una simple amenaza para que acometiera de una manera decisiva.

Su piel renegrida y lustrosa estaba llena de cicatrices tremendas, recibidas todas ellas peleando valientemente contra el enemigo común. El había tomado parte en todos los combates que se habían librado cerca del campamento, y herido casi siempre, se venía al hospital, donde sabía que el cabo de servicio tenía orden de asistirlo como a cualquier soldado del campamento. El Sargento no se movía del hospital hasta no estar bueno, siendo su primera operación ir a visitar al jefe de la frontera como para avisarle que estaba de alta y a su completa disposición.

El Sargento conocía perfectamente todos los toques de corneta. El de oraciones lo escuchaba de pie y con un raro recogimiento. Parecía participar de la languidez que invade el espíritu en aquellas horas grandiosas, y del respeto que le comunicaba aquel toque severo en un silencio tan viril y solemne.
Al toque de silencio y junto con la larga y sentida nota que lo termina, el Sargento lanzaba un aullido triste y prolongado, y se instalaba en su puesto de servicio hasta la siguiente diana.
Al toque de carneada, el Sargento era infaltable en el paraje donde ésta se efectuaba. El ayudaba a voltear las reses y participaba de las achuras con una provisión notable. Pero si el toque de carneada sonaba durante sus horas de servicio, aunque hiciera tres días que no comía, no se movía de su puesto.

Muchas veces el coronel lo había tanteado haciendo tocar carneada después de silencio. Pero por más apremiante que fuese el hambre, no había logrado hacerlo mover de su puesto. Eran sus horas de servicio, y no tenía él qué hacer con el resto del campamento.

Tenía como única excepción de su vida, una amistad decidida por el cabo Ledesma. Esta amistad tenía su origen en un bello rasgo del valiente negro. Un día el Sargento había quedado por muerto en el campo de batalla. Se había peleado más de tres horas sin tregua, y el Sargento, después de tomar parte en lo más recio del combate, había caído a su vez acribillado a lanzadas.
Después de terminada la persecución, el cabo Ledesma tuvo una inspiración: tal vez no esté muerto, dijo, y alzándolo en ancas lo trajo al campamento, asistiéndolo prolijamente en el rancho del sargento Carmen.

Un mes después estaba sanado, gracias a los cuidados que se le habían prodigado, y desde entonces cobró por el cabo Ledesma un cariño que no había demostrado jamás por nadie. Lo visitaba en la cuadra, y cuando estaba de servicio lo acompañaba en el cuerpo de guardia durante el día y hasta el toque de silencio. Después de esa hora ya se sabe que no se movía de su puesto.
En cambio allí solía venir a acompañarlo el cabo Ledesma. Pero entonces sucedía una cosa particular: el perro salía a recibir al soldado a unas ocho varas antes de llegar al alojamiento del jefe. Su cariño y su agradecimiento no llegaban hasta hacerle faltar a la consigna que él mismo se había impuesto: no dejar llegar a nadie hasta aquella puerta sagrada.

El día que mataron los indios al cabo Ledesma, fue un día de visible pena para el Sargento. Se acurrucó allí en el alojamiento del jefe, de donde no se movió en cuatro días, al cabo de los cuales empezó a hacer sus visitas al toldo del sargento Carmen, la madre de Ledesma. Un mes después de este día amargo para todo el regimiento, porque el cabo Ledesma era un leal veterano, no se volvió a ver más durante el día al Sargento. Al toque de silencio se le encontraba firme en su puesto de guardia, y al de carneada era infaltable a recoger las achuras. Pero después de esta hora se perdía hasta el toque de silencio, en que volvía a aparecer.

Nadie se había podido explicar dónde pasaba el día. Intrigados por esto, los soldados decidieron seguirlo, y sin que el Sargento lo notara, se pusieron en su seguimiento, penetrando al fin del misterio de sus ausencias. El noble perro pasaba el día sobre la tumba del cabo Ledesma, que había aprendido siguiendo al Sargento Carmen.

El "Sargento" - parte 1

"No se puede decir que el Sargento era más leal que un perro, porque él no era más que uno de tantos miembros de la familia canina atorrante en el fuerte general Paz.

El Sargento era un perro de la genuina familia de los atorrantes, pero de esos atorrantes militares que no tienen dueño ni reconocen más amo que el cuerpo donde han nacido y se han criado.

Los soldados van desapareciendo por las deserciones, las muertes y las bajas, y otras nuevas plazas van llenando los claros que dejó la ausencia de aquéllos. Pero el perro queda en el cuerpo, compartiendo las fatigas y los peligros con los que lo forman, sin averiguar si son soldados viejos o reclutas de ayer.

Para él todos los soldados son todos iguales, a todos sirve, a todos obedece, y de todos recibe un bocado o un golpe, con la misma conformidad. Recorre todos los fogones como todos los perros de guardia, sin ver en ellos otra cosa que miembros de su regimiento a quienes tiene la obligación de acompañar y proteger. El perro atorrante no sólo es la compañía y el amigo del soldado, sino su protector mismo.


Cuando no hay qué comer y la cosa se hace difícil, él sale a ayudar a los soldados que van a balear el alimento del día, y corre a la liebre, al venado o al piche, hasta traerlo, jadeante y fatigado, y lo pone a los pies del soldado a cuyo lado se sienta, hasta que le dan su ración o se convence de que no le van a dar nada, y en uno como en otro caso, se retira tranquilamente y se acuesta a dormir.

A este género de perros militares y atorrantes pertenecía el Sargento, grado que había alcanzado, desde simple soldado, merced a sus servicios prestados en los diferentes cuerpos que guarnecieron el "Fuerte General Paz".

El Sargento era perro de campamento, y más que de campamento, de la mayoría donde estaba situado el rancho del jefe de la frontera. El había nacido allí, allí se había criado y de allí no había cariño capaz de arrancarlo.


Los regimientos, como los jefes, cambian con frecuencia de residencia, pero el Sargento quedaba allí firme, esperando el nuevo jefe que le deparara la suerte. Cuando más salía a acompañar al regimiento que se ausentaba hasta el primer fortín, donde esperaba al que venía para recibirlo con todos los honores y meneadas de cola del caso. Y acompañaba al nuevo jefe hasta el pobre ranchito enfrente al hospital, como si quisiera enseñarle cuál era su alojamiento allí y dónde podrían hallarlo cada vez que lo necesitaran.

Así el Sargento había venido al lado de Heredia, al lado de Borges y al lado de Lagos, sin reconocer en ellos a un amo, sino a un jefe cuyas credenciales no eran otras para él que verlo instalado en el pobre alojamiento donde había nacido. Entonces el Sargento obedecía a la palabra del nuevo jefe, con un raro empeño, y se constituía en su asistente y centinela de más confianza.


Sargento iba a las cuadras de los nuevos soldados, como para reconocerlos y hacer amistad con ellos; pero regresaba al puesto que él mismo se había señalado, sin que hubiera fuerza suficiente que lo arrancara de allí.

A la noche, sobre todo, el Sargento se instalaba delante de la puerta, y después del toque de silencio no permitía que nadie pasara sino a seis u ocho varas de distancia: y pobre el que intentase avanzar a pesar de sus ladridos. Sólo al oficial de guardia, a quien reconocía cuando se recibía del servicio, permitía la entrada al rancho del jefe de la frontera. Después de éste, la entrada estaba vedada para todos.